Pues sí, el rey emérito ha abandonado España. Con él son ya cinco las generaciones consecutivas de monarcas que, en algún momento de sus vidas, han tomado las de Villadiego. Todos por avatares políticos excepto Juan Carlos I que se marcha por supuestas corruptelas económicas. El mundo cambia pero el sino de los borbones sigue intacto en este punto.

Ante una situación tan delicada los defensores mediáticos de la monarquía han salido en tromba. El discurso oficial –con el Gobierno a la cabeza– evita la figura de Juan Carlos I y se centran en cantar las bondades de Felipe VI. Un paso más allá está PP, Ciudadanos y Vox, que elogian sin miramientos al emérito, cuyo papel durante la “transición”, según ellos, apaga –o al menos soslaya– cualquier supuesta fechoría posterior. Finalmente, y muy cerca de estos, están ciertos tertulianos con información privilegiada para quienes la salida del rey sólo tiene un único y ruin culpable: Pablo Iglesias. Ay, qué más quisieran Pablo Iglesias –y su ego– que tumbar reyes; pero no, este Borbón se ha tumbado él solito.

Es lógico, y hasta enternecedor, que los amigos de Juan Carlos I y Felipe VI salgan en su defensa, pero tengo para mí que se trata de un caso perdido. No a la corta, desde luego –al rey no le va a pasar absolutamente nada–, pero sí a medio y largo plazo. La estabilidad de la monarquía española no depende sólo de sus avatares internos sino también de lo que vaya ocurriendo en el resto de monarquías europeas y, sobre todo, en el seno de la UE. Hay dos factores que, aunque ahora no lo parezca, van en contra de los Borbones. Por un lado, los escándalos en casi todas las casas reales europeas, que sacan a la luz las actitudes fraudulentas (y licenciosas) de muchos de sus miembros. Ya veremos dónde acaba lo del príncipe Andrés y su colega Epstein, porque si la monarquía más grande del mundo se resfría puede que las demás empiecen a estornudar…, y bastante. Estos escándalos van, poco a poco, desatando la venda de muchos ciudadanos que dejan de mirar las fantasías del Hola para ver la realidad de unos personajes sin ejemplaridad alguna, que viven desaforadamente a costa de los impuestos de sus súbditos.

El segundo factor contra la pervivencia de las monarquías es el interés de la UE en conseguir unos verdaderos Estados Unidos de Europa. A mayor integración política (y fiscal) menor necesidad de mantener las estructuras representativas de una soberanía nacional que, inevitablemente, tenderá a disiparse. Es por estos dos factores –descrédito social y evolución política– que a la larga las monarquías desaparecerán de Europa. Siempre, claro está, que no haya grandes involuciones en el destino de la UE, lo cual, dicho sea de paso, supondría un verdadero desastre. No caerán hoy, no mañana, pero las monarquías caerán. Porque incluso las parlamentarias –con sus luces y sus sombras– acabarán por resultar folclóricamente obsoletas. Eso sí, cuando se vayan, se irán forrados. No les quepa duda.