A nadie se le escapa que las actividades corruptas de destacadísimos miembros del PP a lo largo de las dos últimas décadas lo han convertido en un partido pringoso –da cosilla tocarlo– y con la credibilidad muy devaluada. La respuesta de sus dirigentes ante cada nuevo caso es siempre la misma: “por entonces yo no estaba aquí”. Ya en su momento intentó Rajoy descargar la ponzoña en la espalda de Aznar; a fin de cuentas era él quien había encumbrado a los grandes nombres de la corrupción: Rato, Matas, Zaplana… Porque Rajoy, en justicia, no era más que un señor de Pontevedra que había llegado a presidente del PP sin enterarse de nada, porque justo a la hora en que se repartía la “manteca” en su partido él estaba viendo el Tour en Teledeporte. Qué arte. El destino le devuelve ahora la cornada, y es Casado, por boca del ABC y La Razón –dos significativas bocas por cierto–, quien reniega de su herencia e intenta salvar el culete con un magnífico argumento –¿Lo adivinan?… Exacto–: “por entonces yo no estaba aquí”.
A estas alturas de la serie –estamos en el primer capítulo– nadie sabe dónde acabará la operación Kitchen. Lo único seguro es que mientras las informaciones escabrosas se vayan sucediendo el PP no va a levantar cabeza, porque absolutamente todos los implicados –de Villarejo a Fernández Díaz– son personajes de carácter turbio y arrogante, y eso –vivimos la era de Instagran: sonría por favor– va a potenciar aún más la imagen repulsiva del presunto delito y de sus autores. En el PSOE se frotan las manos porque en sus momentos más delicados le acaban de llenar el carcaj de flechas. El nuevo Ciudadanos –con su papel de bisagra ya asumido– encuentra en la Kitchen nuevos argumentos para un futuro despegue del PP y un paulatino acercamiento al PSOE. Vox por su parte no tiene más que poner la mano y repetir en plan mantra la palabra mágica: España. Seguro que algo va cayendo.
Con el paso de los años vemos que la corrupción en el PP tiene forma de hidra y se reproduce por gemación. Cuando menos se espera, en algún lugar tranquilo, surge una protuberancia, y al poco ya es un caso de corrupción que abandona su cuerpo matriz (el partido) y adquiere vida propia. “En todos sitios cuecen habas”, dicen algunos con la intención de lanzar balones fuera. Y puede que sea cierto, pero habrá que reconocer que la olla del PP tiene tamaño industrial y le caben más habas que al resto.
Se lamentaba esta semana una ministra de la bajeza moral que supone utilizar los fondos reservados para tapar la corrupción de un partido. Bien cierto que es. Treinta años atrás, los que ocupaban su lugar (y sus siglas), usaron esos mismos fondos para secuestrar, torturar y asesinar a gente. Pero claro, por entonces ella no estaba allí. Y es que las cloacas del Estado, mande quien mande, son siempre cloacas y, en consecuencia, están llenas de ratas.