Todavía no hemos dado por concluido este curso político cuando ya estamos pendientes de las novedades que nos deparará el próximo. Vox se ha asegurado de momento la atención del respetable con un anuncio ciertamente sorprendente: una moción de censura contra Pedro Sánchez. No soy yo de los que se mofan de ella. De hecho me parece un movimiento audaz de marketing político.

Vaya por delante que el objetivo de Abascal no es, ni de lejos, mover a Sánchez de la Moncloa –lo necesita para seguir creciendo–; tampoco quiere, como se apresuraron a decir socialistas y Podemos, hacerle una moción de censura a Casado –esa es la lectura fácil y superficial del asunto–. No, lo que Abascal pretende es marcarse una campaña de publicidad a costa del erario público, algo que, dicho sea de paso, le permite su posición de tercera fuerza en el Congreso. Me explico: los patriotas verdes llevan meses estancados en las encuestas, ni chicha ni limoná, y necesitan un achuchón en sus grupos de WhatsApp y redes sociales para mantener a sus fieles en modo “pecho palomo”. En ese sentido la moción de censura les va a propiciar jugosos minutos de telediario y todos los focos que este tipo de iniciativas llevan consigo. Abascal podrá sentirse por dos días jefe de la oposición; le tenderá la mano al PP –obligado a rechazarla– y después les regañará –sin mucha saña– por ser unos patriotas “cobardicas” y por ponerse siempre de perfil cuando la Historia (para Abascal la Historia siempre es en mayúsculas) los convoca a las grandes cruzadas.

Cabe preguntarse si con la moción de censura conseguirá Abascal mejorar sus intenciones de voto. No lo sabemos, probablemente no, pero al menos habrá hecho lo correcto para cortar las fugas; porque hay que tener en cuenta –y en el fondo éste es el verdadero quid de la cuestión– que el estancamiento que vive el partido puede generar frustración en ciertos votantes de derechas que, quizá, sientan la tentación de regresar a la casa madre (PP), donde las expectativas electorales contra Sánchez parecen más certeras. Así pues la moción de censura de Vox, más allá de una campaña de marketing, es un ejercicio de cimentación interna, un apretar las filas para empezar el curso con cierta sensación de fortaleza y solidez.

Por otro lado, esto de hacer una moción perdedora para proyectarse no es nada nuevo. Ya lo inventó Felipe González en 1980 y ganó mucha presencia mediática frente a un Suárez presidente; Hernández Mancha probó suerte en el 87 y más le hubiera valido quedarse quieto porque su imagen y la de su partido quedaron por los suelos; finalmente, y hace tres años, fue Pablo Iglesias quien se regaló dos días de parloteo en el Congreso en torno a su persona. En definitiva, nada nuevo bajo el sol. Llegará septiembre y tendremos nuestra dosis de Abascal. A ver si para entonces ha recibido clases de oratoria porque es, de lejos, el líder que peor se expresa subido a una tribuna.