Seguro que le ha ocurrido alguna vez: el día está precioso, el cielo limpio de nubes y veintitantos grados en la pantalla de su móvil. De repente, como un extraño presagio, empieza a dolerle el juanete, o la cadera, o aquel tobillo que se torció de joven. Dos días más tarde, sin remedio, bajan las temperaturas y cae un tormentazo. ¿A que sí? Pues algo similar me ha sucedido a mí esta semana con la votación para la prórroga del estado de alarma. El panorama, a simple vista, era estable: los que pedían seguían pidiendo, los que negaban se mantenían en la negación y los que apoyaban con la nariz tapada seguían apoyando (ya fuera con un sí por lo bajinis o con una abstención vocinglera). Tan sólo Esquerra, en un acto más estético que práctico, se echaba al monte. En resumen: calma chicha. Sin embargo, después de conocer el acuerdo entre Ciudadanos y PSOE (y sobre todo después de escuchar a Inés Arrimadas en el Parlamento) me empezó a doler el juanete. No me pregunten por qué, pero el hecho es que sentí esa imprevista punzada que anuncia cambio de tiempo.
La política es lenta. Normalmente camina dos pasos por detrás de la realidad. La irrupción del Covid-19 ha supuesto un inesperado terremoto en nuestras vidas y sin embargo ese seísmo no se ha reflejado todavía en el juego de alianzas políticas. Es cuestión de tiempo. Hay dos partidos por encima del resto que necesitan coger aire: PSOE y Ciudadanos. Los primeros van a terminar exhaustos tras la gestión de la crisis. Las cifras del paro y el récord mundial de sanitarios contagiados son dos estadísticas insoslayables que aventuran tiempos muy complejos para Sánchez. Ciudadanos por su parte se juega literalmente la existencia en esta legislatura. Tiene que marcar perfil propio frente a un PP con velocidad de crucero favorable y un Vox que, como los salmonetes, se hace grande en el fango. Es por eso que socialistas y naranjas han estirado sus respectivos brazos derecho e izquierdo para rozarse la punta de los dedos. Y ese roce, que hasta ayer daba grima, se revela hoy abierto al diálogo e incluso –ya veremos– a negociar presupuestos. Los antiguos dueños del cortijo naranja han salido a la palestra para poner el grito en el cielo ante el estiramiento de músculos de Arrimadas. Alguno incluso ha roto el carnet. Ellos, que hundieron al partido con su testarudo abrazo al nacionalismo extremista, quieren todavía dar lecciones. “Hay gente pa to” que dijo el torero. Por otro lado, a Arrimadas no le quedan muchas más opciones. Es susto o muerte. O te entregas al PP o haces un último intento por sobrevivir independiente. Y en eso está. Desperezándose. En fin, no digo yo que mi dolor de juanete anuncie una súbita tormenta (el gobierno, de momento, conserva sus apoyos y la derecha sus pactos en comunidades y ayuntamientos) pero hay una nube en lontananza, eso es seguro. El tiempo dirá si viene cargada de agua.