“De aquellas lluvias, estos lodos” dice el refrán. Ya empezamos a saber que la lluvia de ayer fue la crisis de 2008, mientras que los lodos de hoy son una sanidad pública deteriorada y un empleo sumamente quebradizo. Conviene recordar que las recetas para salir de la pasada crisis fueron, entre otras, una drástica reducción del gasto público (los conocidos recortes) y la flexibilización del mercado laboral para hacerlo más versátil y dinámico (qué bonitos eufemismos). Todo ello empujó en una misma dirección: el desmantelamiento silente y paulatino de la mejor idea europea del siglo XX: el Estado del bienestar.

En lo que se refiere a la sanidad el deterioro fue unánime. Todos los gobiernos (autonómicos y centrales) recortaron las prestaciones sanitarias de sus ciudadanos. Algunos como el catalán y el madrileño lo hicieron con chulería, otros como el andaluz de tapadillo; pero todos devaluaron, a sabiendas, la calidad del sistema. Eso es una verdad demostrable con cifras que los profesionales de la salud vienen denunciando desde entonces sin descanso ni fortuna. No obstante el mantra de “nuestra sanidad está entre las mejores del mundo” siguió floreciendo en boca de ministros y consejeros hasta ayer mismo, cuando nos topamos con la macabra realidad de ser el país con más sanitarios infectados; y eso tiene que ver directamente con la falta de material, que a su vez es consecuencia de la falta de inversión; es decir, de los famosos recortes. Poco más que añadir en ese sentido.

En lo que respecta al desempleo, tres cuartas de lo mismo. Las soluciones que se articularon tras la crisis del 2008 nos dejaron una nuevo tipo de asalariado hasta entonces desconocido: “el infratrabajador”. Personas con empleos precarios e intermitentes, incapaces de ahorro, ni de ensoñación económica de futuro, pues gastan justo lo que cobran. Personas cuyas condiciones de contratación están perfectamente diseñadas para no generar ningún tipo de subsidio o cubertura social. Muchos de estos ciudadanos pueblan hoy las colas de los diferentes Bancos de alimentos. En Granada concretamente 50.000 usuarios, un 30 por ciento más que antes del Covid-19. Honestamente, me pregunto qué diría Pablo Iglesias sobre estas colas si estuviera en la oposición. Imagino que pondría el grito en ese cielo que todavía no ha conseguido asaltar del todo. Ahora sin embargo mantiene un perfil burocrático (y apesadumbrado) digno de todo mandatario en tiempos de crisis. Qué difícil “hacer” y qué fácil “gritar”, ¿verdad, Pablo? No obstante puedes ahora gritarte a ti mismo. A fin de cuentas eres ministro de Derechos Sociales. Seguro que te escuchas. Te gusta escucharte.

“Colas del hambre” las llaman y me parece cruel porque se pone el acento en la necesidad del individuo, que es vulnerable y está ahí contra su voluntad. Mejor podían llamarlas “colas de la inoperancia política” o “de las reformas laborales” o “de su emérita majestad metiendo millones en Suiza”. Igual así se daba una visión más aproximada de los motivos profundos que obligan a cientos de ciudadanos a ponerse en fila de a uno para recoger tarros de legumbres.