A muchos granadinos no les suena de nada el nombre de Leopoldo Torres Balbás. Y sin embargo debería formar parte de nuestro Olimpo cultural más reconocido (y reconocible) junto a personalidades como Lorca, Falla o Hermenegildo Lanz, por ejemplo. Granada, que a menudo ha sufrido los rigores de la mala pata histórica y el mal gobierno, tuvo un inesperado golpe de suerte allá por 1923, cuando este arquitecto madrileño –salido de la Institución Libre de Enseñanza– recaló en la ciudad para hacerse cargo de la conservación y restauración de la Alhambra. Con él llega el rigor científico a nuestro monumento y una escrupulosidad que, hasta entonces, había sido ignorada en beneficio de unas fantasías orientalistas que quedaban muy bien para las fotos románticas, pero que maltrataban el conjunto arquitectónico. Si la Alhambra es hoy un referente del patrimonio mundial se lo debemos en su mayor parte a Torres Balbás. El patio de Machuca, el Partal, el Generalife o el patio de los Leones no serían lo que son sin la ortodoxia científica de este hombre menudo, con bigotillo de la época y obsesionado por su trabajo. Precisamente fue una intervención en el patio de los Leones lo que llevó a Torres Balbás a las portadas de los periódicos locales en 1934. Decidió sustituir el cupulín con tejas de colores que había en el templete de levante por una cubierta piramidal, más sobria y técnicamente más adecuada. Esa Granada sentenciosa, de formación escasa y eternamente enamorada del rito (y el grito) se conjuró contra el arquitecto conservador de la Alhambra para “tumbarlo”. Su pecado: preferir el estudio riguroso al folclore romántico. También ayudó su condición de forastero y la silenciosa envidia de algún predecesor con mala baba. Sea como sea lo que separó a Torres Balbás de la Alhambra no fue el templete del patio de los Leones sino la Guerra Civil que dos años más tarde llegaría para cerrar definitivamente su ciclo alhambreño.
Todo esto, y mucho más, se puede ver en “La Alhambra en juego”, un delicioso documental que el director y productor granadino José Sánchez-Montes sacó a la luz durante el confinamiento. La película se debería haber estrenado el 10 de abril, pero ante la imposibilidad de una proyección normal Sánchez-Montes decidió colgarlo en Internet. A día de hoy son más de ciento veinte mil los espectadores que han buceado por el idilio entre Torres Balbás y la Alhambra; en este sentido la obra de Sánchez-Montes está contribuyendo de un modo decisivo a que la figura de Torres Balbás llegue a eso que llaman “el gran público”, pues entre los aficionados y estudiosos del monumento nazarí su labor ya era sobradamente conocida. Por cierto, ahora que sale a colación Sánchez-Montes no me quiero despedir sin recordar “Cines del Sur”, ese festival que la Junta dejó morir y que traía a nuestra ciudad historias cotidianas de mundos lejanísimos que, a menudo, están a menos de cinco horas de avión. ¿No era que queríamos la capitalidad cultural? Pues mira, igual está bien recuperar los buenos proyectos perdidos.