Leo en artículos y escucho en tertulias especulaciones varias sobre el futuro que nos espera como país y como humanidad. Hay quien dice que esta crisis va a influir de un modo definitivo en el cambio los modelos laborales, la geopolítica e incluso en nuestra forma de ser. No tengo yo la bola de cristal tan afinada. Sí parece claro que estamos sumergidos en una nueva crisis económica y, aunque los augures la aventuran corta, conviene andarse con prudencia en esto. Lo más peligroso de una crisis es justamente lo imprevisible de sus contingencias. Una vez se ha declarado el naufragio es necesario, desde luego, que te lancen un salvavidas –parece que los gobiernos están dispuestos a ello– pero más importante todavía es que el mar se mantenga en calma, que no se desate un temporal imprevisto, porque la vulnerabilidad, con flotador o sin él, es muy grande. Cabe recordar –por lo que respecta a la vulnerabilidad– que eran muchos los españoles que todavía no se habían recuperado de la crisis anterior. Recién empezaban a encadenar una serie de contratos temporales y precarios cuando de nuevo llega la gran ola y les sumerge. Por muy optimistas que seamos otro año y pico de estrecheces en la lista de la compra no se lo quita nadie. Sin contar la angustia vital y los problemas psíquicos que el paro genera. Es sabido que las segundas partes nunca fueron buenas, pero en materia de desempleo pueden ser letales.

Dicen que a nivel personal –y dejando aparte lo económico– podemos salir fortalecidos de este confinamiento. Ya saben, hace años alguien puso de moda aquello de “toda crisis es una oportunidad” y, desde entonces, no hay cuñado que no saque la frase a relucir apenas se sirve la primera cerveza. Yo tengo serias dudas al respecto y siento, por el contrario, que de aquí saldremos un poquito más tontos (de tanto mirar el móvil) y bastante más orondos (de tanto viaje a la nevera: una amiga dice que ella no está confinada sino “confitada”). Ya en serio, para aprender de una crisis –y de cualquier cosa– se precisa una clara predisposición reflexiva y una dosis no pequeña de esfuerzo. Es decir, se aprende cuando se quiere aprender no cuando la vida te mete un guantazo. La consecuencia inmediata de un golpe, de un impacto –como este Coronavirus– no es la sabiduría sino el trauma, el moratón en el alma. Sólo a posteriori, con el análisis, entendimiento y clarificación del trauma podremos sacar conclusiones nutritivas a nivel personal. ¿Y cree usted que cuando esto pase y los bares vuelvan a llenarse nos detendremos a pensar en qué nos ha aportado el confinamiento? No sé yo, a lo sumo habremos engrasado nuestra empatía dando palmas con los vecinos del bloque de enfrente y, por supuesto, nos lavaremos las manos con más asiduidad –que no es poco aprendizaje–, pero más sabios como sociedad no creo que salgamos. Y para demostrarlo basta con esperar a las siguientes elecciones. Ya verá, ya verá qué sabiamente votamos.