Llevo toda la semana leyendo artículos a cuenta de las cacerolas en el Barrio de Salamanca. Muchos tienen un sesgo de mofa porque, ciertamente, resulta anómalo que tanto potentado se sirva de un medio tan “pobre” para mostrar su indignación. Pero, ¿son todos “señoritos” y “señoronas” los que protestan en Núñez de Balboa? Conviene responder a esta pregunta antes de lanzarse al chiste. Recuerdo el desprecio y la burla con que las clases altas madrileñas (y por extensión del país) leyeron las acampadas del 15M. En su imaginario clasista sólo había dos perfiles: perroflautas y yayoflautas. Resultó luego, cuando empezaron a contarse los votos de Podemos, que la simpatía por el movimiento era mucho más transversal que la foto fija de las plazas (aunque bien es cierto que pronto se encargaron los morados de mandar al carajo esa transversalidad). El asunto no está pues en que cuatro adinerados salgan a la calle a protestar, sino en saber cuántos curritos y gente humilde les compran los argumentos. Porque en una situación tan dramática como la actual los discursos binarios y falaces (bueno/malo, blanco/ negro, vulva/pene…) arraigan en los desesperados que, a menudo, precisan un motivo contundente para su desgracia y un muñeco de trapo al que apalear. Es ahí cuando el chiste se desvanece y la sonrisa se hiela. Se equivoca pues quien piense que Vox (partido elitista donde los haya) está alentando estas manifestaciones para abonar la fidelidad de la Milla de oro –no, esa fidelidad ya la tenía asegurada antes incluso de conformarse como partido político–; el objetivo real de Vox no son los ricos sino los pobres y, sobre todo, ese segmento de la clase media que ahora sufre por la falta de ingresos.
Otra lectura errónea con respecto a estas manifestaciones es pensar que su meta política estriba en la caída de Pedro Sánchez. No tal. Lo que Abascal persigue realmente es capitalizar el descontento de toda la derecha en siglas propias y, por lo tanto, pegarle un buen mordisco al PP. Se encuentran de nuevo los populares ante una encrucijada de difícil solución. Si se echan al monte con Vox desvirtúan su imagen de partido serio y responsable, pero si no aparecen en la foto dándole fuerte a la cacerola les tildarán de “derechita cobarde”. ¿Qué hacer? Puede resultar paradójico pero la existencia de Vox le ofrece al PP una oportunidad inédita para convertirse en ese partido europeo y moderno de centro-derecha que nunca fue. Abandonar de una vez el lastre del filofranquismo y dejárselo en herencia a Vox, descargarse para siempre de antiabortistas, ultracatólicos y de todos esos chiringuitos que han abonado durante años con alegría presupuestaria. El centro está vacío (Ciudadanos cuenta poco), lo tienen ahí, a la altura de su mano. Se precisa para el viaje mucha pedagogía interna y, sobre todo, líderes centrados que ni teman ni se apoyen en la ultraderecha. ¿Ven ustedes a Casado, Ayuso y García Egea en esa onda? Pues eso, seguirán aporreando la cacerola…, y perdiendo.