Pues sí, yo creo que el ministro Marlaska miente cuando dice que la salida de Pérez de los Cobos responde a una restructuración en los mandos de la Guardia Civil. Pienso que Marlaska quiere una cúpula a su medida que proteja al gobierno de inesperadas zancadillas ante una legislatura que, según parece, va a ser la más bronca de las últimas décadas. Un ministro no puede parar (ni siquiera entorpecer) una investigación policial. Esa competencia corresponde exclusivamente a un juez. Del mismo modo, la Guardia Civil (o un mando) no puede aprovechar una denuncia para desarrollar investigaciones con intereses políticos personales o de grupo. Lo digo porque parece que el informe filtrado no era lo que se dice ejemplar. Había inexactitudes, alguna que otra falsedad e incluso se daba pábulo a noticias que bien pueden calificarse de rumores. Esta “orientación” en los informes de casos políticos ya la habíamos vivido en otras ocasiones y viene a mostrar algo que el lector interesado conoce de sobra: tanto PP como PSOE tienen su propia “red de lealtades” dentro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, y la usan cuando y como pueden (¡Hola, comisario Villarejo!). En este equilibrio de fuerzas es donde yo enmarco el terremoto de esta semana.
Marlaska ha mentido para justificar la caída de Pérez de los Cobos y la derecha –que busca hacerle pupita en su imagen de hombre cabal– lo acusa de mancillar el sempiterno HONOR (con mayúsculas) de la Guardia Civil. Bueno, un poquito de mesura; ni calvo ni con tres pelucas; una cosita intermedia, como la vida misma. Desde luego, la Guardia Civil está repleta de gente esforzada, vocacional y con una preparación exhaustiva para cumplir con sus variadas (y muy complejas) labores. Tengo amigos guardias y bien sé lo que digo sobre su altura profesional y humana. Ahora bien, sería ingenuo negar que la Guardia Civil, el Ejército y las distintas policías son también caladero de personas sin vocación ni cualificación ni honorabilidad manifiesta que sólo buscan –legítimamente, por supuesto– un futuro laboral más o menos estable. Me acuerdo, por ejemplo, del Guardia Civil de La Manada o del insigne Tejero, que en aras del honor quiso liquidar la incipiente democracia de su querida España. Algún día hablaremos aquí de los graves perjuicios que este concepto de honor castrense ha causado a la economía española a lo largo de los siglos. Miles de honorables militares mamando del estado sin reportar al país más industria que sus partidas de billar en el Club de Oficiales y sus diatribas políticas en casinos de provincias. Así que menos golpes de pecho y más sentido común. A la Guardia Civil le ocurre como al resto de instituciones del Estado. Son entes complejos, de estructura poco flexible, que cuentan entre sus trabajadores con gente maravillosa y también con irredentos villanos. Atribuirle a una institución marchamo de honorabilidad son ganas de jugar al siglo XIX y a los soldaditos de plomo; lo cual, bien mirado, es cosa bastante infantil.