Fue el poeta romano Juvenal quien acuñó la expresión “pan y circo” para señalar, por un lado, la decadencia moral de sus contemporáneos –desentendidos de su derecho a intervenir en la cosa pública–, y por otro el populismo de los gobernantes, que compraban la inacción del pueblo con juegos de circo y raciones de trigo gratuitas. Con los siglos la cosa se ha ido sofisticando y los gobernantes han descubierto que si el espectáculo de circo está bien diseñado la gente pierde incluso las ganas de comer. “Dame fútbol y dime tonto” es la consigna de los nuevos tiempos. Que nadie lo dude, la gestión del fútbol, desde la FIFA a la UEFA, pasando por la Liga y la Federación española es un foco de corrupción y trapacería equiparable, y aún mayor, que muchos gobiernos del mundo. Pero eso deviene en cuestión menor cuando has conseguido –como es el caso– que tu producto se vista con el aroma de las grandes ideas inmateriales: ilusión, esperanza, fe, identidad, orgullo, compromiso, amor, fidelidad…
Tiene gracia. Hoy podemos escuchar cualquiera de estas palabras en la boca de personas que, fuera del contexto futbolístico, jamás llegarían a pronunciarlas. Es precisamente este potencial “idealista” lo que aleja al futbol del mero deporte, y lo convierte en un fenómeno particular y complejo que se mueve, como las grandes construcciones humanas, entre la gloria y la infamia.
La salida de Messi del Barcelona no es una noticia más en la sección de deportes. La salida de Messi altera el orden informativo y por tanto desvía la atención con respecto a la gestión del coronavirus, el plazo de los ERTE o el regreso de los escolares a las aulas. Repercute también en el ánimo (y el humor) de miles de personas que, aunque a usted no lo crea, cifran su felicidad diaria en este tipo de asuntos. La salida de Messi tiene incluso una lectura en clave geopolítica. Los dos clubes que se disputan su fichaje, Manchester City y Paris Saint Germain, cuentan con el apoyo de dos satrapías enfrentadas y multimillonarias, Emiratos Árabes y Qatar. Pongan ustedes el calificativo que quieran, pero esto es lo que hay.
Mi deseo como aficionado (y practicante) es que el fútbol se desinflame, que vaya perdiendo luminosidad mediática y carga ideológica para acercarse al deporte sencillo y divertido que en algún momento fue. En este sentido la marcha de Messi supone una buena noticia. La Liga de Tebas –¡Vaya personaje oscuro!– va a dejar de ingresar muchos millones en derechos audiovisuales porque el foco de atención se desplaza, y un Barcelona-Osasuna sin Messi ya no mola tanto en China. La crisis del Coronavirus también ayuda. Los clubes andan justitos de dinero y Florentino, mientras le dejen ganar, no necesita echar más leña al fuego.
Es cierto que la ausencia de Messi nos privará de vivir en directo maravillas impensables alrededor de una pelota, pero, oye, yo lo doy por bueno si se lleva con él a buen puñado de tertulianos futboleros y gritones.